Brasilia es uno de los emblemas más contundentes de la modernidad en Latinoamérica: edificios monumentales, superficies impecables y una planificación urbana que celebra la lógica de la máquina. Allí, desplazarse a pie no es una opción natural; es casi un gesto de resistencia dentro de un entorno pensado para la circulación mecanizada.
En coherencia con el trabajo que he desarrollado en los últimos años, mis propuestas buscan cuestionar las nociones de progreso y desarrollo en la región. Examino temas como economía, poder, migración y transformación permanente bajo la sombra de esa “promesa de modernidad”, entendidos como procesos en disputa. Me interesa la tensión entre el hecho histórico y aquello que quedó fuera del registro; entre lo que se materializó y lo que apenas permanece como rastro. Trabajo resignificando imágenes, objetos y símbolos, y recurro a lo textual como un dispositivo que articula lo lingüístico con lo objetual, lo espacial y lo visual.
Tão artificial como devia ter sido o mundo quando foi criado.
Danilo Pereira —quien realiza la acción— migró a Brasilia hace algunos años junto con su familia en busca de mejores oportunidades. Sin embargo, siguen sin un lugar estable donde vivir, por lo que improvisan refugios en áreas donde la persecución estatal y policial es menor. Danilo subsiste mediante el trabajo informal de recolectar residuos reciclables. Recorre la ciudad con la ayuda de un caballo, herramienta indispensable: a pie, la tarea sería inviable. Según nos explicó, hacia finales de 2018 el gobierno local ordenó prohibir y eliminar el uso de caballos en la ciudad, lo que vuelve aún más precaria la posibilidad de subsistir mediante esta actividad.
La acción parte de un fragmento del texto “Brasilia”, de Clarice Lispector. La frase “Tão artificial como devia ter sido o mundo quando foi criado” (“Tan artificial como debía haber sido el mundo cuando fue creado”) fue escrita en dos mantas y colocada en una carreta construida por el propio Danilo para recolectar materiales. Él la arrastra a pie frente a los edificios de los poderes gubernamentales de Brasil, en un espacio donde su sola circulación implica consecuencias penales. La artificialidad que Lispector señala adquiere aquí una dimensión política: evidencia el contraste entre la ciudad imaginada como un comienzo perfecto y la realidad material de quienes no caben en ese proyecto.



















