La United Fruit Company (UFCO) (1899–1970) fue una corporación multinacional estadounidense dedicada a la producción y comercialización de frutas tropicales —principalmente banano— cultivadas en América Latina. A lo largo del siglo XX se convirtió en un actor económico y político determinante en varios países de la región, interviniendo en gobiernos, negociaciones y partidos políticos para asegurar sus márgenes de ganancia. Está ampliamente documentado su involucramiento en sobornos, presiones diplomáticas y el auspicio directo o indirecto de golpes de Estado.
La empresa operó en Costa Rica bajo el modelo de “enclave bananero”, una estructura en la que una corporación extranjera controla tierra, infraestructura y exportación, mientras el Estado mantiene una presencia limitada. Este modelo creó una relación vertical entre empresa, territorio y población, donde el valor se desplazaba hacia el exterior y la precariedad permanecía en el lugar.
En Costa Rica, durante las primeras décadas del siglo XX, circula y se repite —aunque no siempre con evidencia homogénea— la afirmación de que a la población negra se le restringía viajar hacia el oeste del país. La justificación oficial apelaba a políticas de “blanquitud” y discursos sanitarios que alegaban prevenir la entrada de enfermedades al Valle Central. Estas restricciones no fueron aisladas: se inscriben en un patrón regional en el que las corporaciones bananeras, respaldadas por gobiernos locales, regularon la movilidad de cuerpos racializados para garantizar mano de obra barata y evitar la competencia laboral en otras zonas del país.
Desde la perspectiva de la UFCO, tales limitaciones también impedían que trabajadores negros buscaran empleo fuera de la zona bananera, ya fuera en la nueva ubicación de la empresa o en los cafetales de Turrialba.
La propuesta consiste en una intervención in situ sobre las antiguas oficinas de la United Fruit Company en Limón, Costa Rica. Este edificio formó parte de la infraestructura administrativa del enclave: desde allí se coordinaban rutas ferroviarias, registros laborales y operaciones logísticas vinculadas al monocultivo. La acción se realiza cubriéndolo con las mismas bolsas con plaguicida utilizadas en las plantaciones para envolver los racimos de banano y protegerlos de plagas.
El gesto busca establecer un puente material entre dos épocas del mismo régimen económico: el banano como mercancía y el edificio como vestigio del sistema que lo produjo. Cubrir funciona aquí como una forma de exhibir lo que históricamente se buscó mantener fuera del campo visual. La bolsa —diseñada para preservar el valor de la fruta—, trasladada a la arquitectura del enclave, pretende exponer las relaciones entre explotación económica, control territorial y los cuerpos administrados bajo esa lógica.
Situar la intervención en el centro urbano de Limón reactiva la discusión en un territorio donde aún persisten huellas materiales, sociales y simbólicas del modelo de enclave.

